Creador de un estilo propio dentro del género pictórico de las naturalezas muertas, Lacámera nos invita a habitar un escenario cotidiano y austero: un rincón boquense.
Sus obras más conocidas son aquellas donde los ventanales se abren hacia el paisaje de la ribera del Riachuelo, desde una mirada única y particular. Su producción se enmarca y vincula con el círculo de artistas de La Boca que, dadas sus diferencias de estilos, no llegan a conformar una “escuela” en sí; sin embargo, por las temáticas compartidas (“lo boquense”) y el deseo de enaltecer las escenas habituales del barrio a través de la representación pictórica, pueden considerarse como una grupalidad autónoma.
En esta línea, podemos encontrar los rasgos distintivos de esos bodegones “a lo Lacámera”: se trata de interiores caseros y despojados, con escasos elementos y una sobriedad aplastante. Gamas bajas -ocres, verdes, rojos, grises- trabajadas con pincelada oculta producen una sensación de quietud y sosiego, compensando con su atmósfera lírica la solidez y el equilibrio riguroso de una composición que hunde sus raíces en la metafísica italiana. El impacto de la luz corona estas escenas depuradas, y termina de construir sus parámetros espaciales, de modo que solo se adivina silencio.
Cabe destacar el libro que reposa sobre la mesa y que, sin esfuerzo, podemos leer su título: “Rincón del puerto”. Dichas palabras parecen subrayar la imagen que construye Lacámera, pero hay más: el autor de la publicación fue el poeta boquense Marcelo Olivari, quien resultó ser uno de los más activos colaboradores de Quinquela Martín, entre 1936 y 1938, en su proyecto para abrir la Escuela-Museo.